La figura de Fernando Villalón (1881-1930) ha sido una de las más inclasificables dentro de la Generación del 27. Ganadero por vocación y poeta tardío, cultivó la amistad de Sánchez Mejías, de Alberti y de otros muchos grandes poetas de aquella época. El catedrático francés Jacques Issorel se ha acercado a su mundo a través del libro «Fernando Villalón, la pica y la pluma» (Ediciones Espuela de Plata).
El acercamiento de este experto en la poesía española del siglo XX a la figura de Villalón fue muy curiosa: «El director de tesis doctoral a quien elegí el mismo año en que empecé a enseñar en la Universidad de Perpiñán (1971) me propuso trabajar sobre un poeta mexicano del siglo XX: Xavier Villaurrutia. (...) Quiso la casualidad que leyera entonces en una revista hispánica francesa la reseña de un librito dedicado a Fernando Villalón. Era la tesis de licenciatura de una antigua estudiante de la Universidad de Rennes (Bretaña), que había publicado su autor en una pequeña editorial parisina. Ese poeta, ganadero andaluz idealista y fracasado, amigo de Sánchez Mejías y de Alberti, me llamó poderosamente la atención».
Contacto con amigos
Issorel viajó a Sevilla en 1977, donde conoció a Conchita Ramos, la amiga del poeta. También fue a Madrid y allí trató con personas que habían conocido a Villalón. «Me recibieron muy cordialmente José Luis Cano, Adriano del Valle hijo, Dámaso Alonso, José Bergamín, Gerardo Diego y Manuel Halcón, los últimos tres varias veces en su propia casa. Pilar López, hermana de la Argentinita, que conservaba en su casa la biblioteca de Fernando Villalón y todos los papeles que dejó el poeta al morir en Madrid en 1930, me permitió consultar este archivo, en el que se encontraba también la obra inédita», reconoce.
Amén de la influencia juanramoniana, según este profesor, Fernando Villalón «comparte varias opciones poéticas con los poetas de su generación. En él, como en Lorca, Alberti, Diego y Prados conviven la tradición culta y la tradición popular. Leyó a los clásicos y también escuchó y retuvo las sencillas canciones de su Andalucía. Como los demás poetas del 27, vivió intensamente “la batalla por Góngora”, dando con “La Toriada” el poema de estilo gongorino más logrado de su época. Al mismo tiempo, asimiló las nuevas tendencias estéticas, como lo atestiguan los últimos poemas de Romances del 800, los poemas póstumos y también la orientación dada a la revista Papel de Aleluyas».
«A estos rasgos comunes con otros poetas de la generación del 27 —prosigue este experto—se añaden otros personales y originales que hacen de Villalón un poeta aparte en el seno de aquel grupo. Es el único en interesarse por el esoterismo, la magia, la brujería y en integrarlos en su poesía. Con cuarenta años de adelanto advierte a sus contemporáneos del peligro que representa la ruptura de los equilibrios naturales en una marisma cuyo prestigioso pasado mítico exalta en sus versos.
Preguntado por la calidad de la poesía de Villalón. Issorel señala a ABC que el crítico Juan Manuel Díez de Guereñu escribió recientemente sobre su libro: «Villalón se reinventó como poeta a cada paso, con celeridad de ansioso y de entusiasta, descubriendo en la escritura siempre nuevas posibilidades».
El propio Issorel destacó en la introducción del libro «Fernando Villalón, Poesías completas» (Cátedra, 1998, pág. 80): «En muy breve trecho, creó una obra variada y coherente que hace de él uno de los más genuinos exponentes de la generación del 27, aunque, a menudo, se le encasille, de modo restrictivo, como poeta andaluz, insistiendo en el aspecto regionalista de la obra».
Por último, este experto señala que en breve comenzará a trabajar en una edición que recogerá la correspondencia de Fernando Villalón.
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