La Asociación Ocnos de Amigos de la Biblioteca Infanta Elena de Sevilla, tiene como objetivo principal la promoción de los servicios de esta biblioteca, a través de la organización y participación en actividades socioculturales. Su actividad está dirigida especialmente a colectivos con especiales dificultades de integración social (tercera edad, infancia, inmigrantes, discapacitados, mujeres maltratadas, desempleados etc.).



martes, 21 de febrero de 2012

La Verja

Ahora no soy capaz de recordarlo con exactitud, pero debió ser a  finales del verano del 57 cuando adquirió certeza la noticia de que los curas se establecían en el pueblo. Pues eran religiosos de la orden salesiana los que, con sus dudas y vacilaciones, habían traído en auténtico sinvivir a los padres de familia que deseaban para sus hijos un futuro profesional más brillante que el suyo propio, y que la falta de oferta educativa en el nivel de secundaria era incapaz de garantizar. De modo que la opción que los religiosos ofrecían les evitaba el tener que mandar a sus tiernos retoños a la ciudad de Algeciras, con el consiguiente ahorro de tiempo y dinero
. De modo que la opción que los religiosos ofrecían les evitaba el tener que mandar a sus tiernos retoños a la ciudad de Algeciras, con el consiguiente ahorro de tiempo y dinero. En principio, la buena nueva debía haber alegrado sólo a unas clases media y baja compuestas de comerciantes, tenderos y contrabandistas que se consideraban a sí mismas la sal de la tierra, pero, con el tiempo, los menestrales y trabajadores cualificados vieron la oportunidad de dar estudios de bachillerato a unos hijos condenados a cursar, en el mejor de los casos, una formación profesional por aquellos años bastante desprestigiada. Y así fue cómo mi madre, ignoro por qué conducto, dio en tener conocimiento de la nueva oportunidad que a su niño se ofrecía. Que yo sepa al menos, ella no debió ver en mi especial brillantez para que disfrutara de la codiciada docencia clerical, pero supongo debió entender que todos sus hijos tenían derecho a disponer de una oportunidad de promoción social que por aquellos años se cifraba en la obtención del título de bachiller.

            El afirmar que no debió verme especialmente dotado para el estudio no es falsa modestia. Por lo que puedo recordar, el proceso de aprendizaje de las primeras letras se produjo en el ámbito familiar, sin que conste especial brillantez ni particular torpeza. Y, más tarde, continuó en el espacio regentado por una “amiga”, maestra sin título del mismo nivel que cubría la insuficiente oferta de la escuela pública, que se mantenía todavía en los niveles alcanzados en los años 30. Y es precisamente a este ambiente escolar al que asocio aún hoy los momentos más felices de mi infancia, lo que acaso pueda parecer raro a los que vinculan la experiencia educativa a regímenes disciplinarios más o menos cuarteleros. Pero este no era el caso, pese a que vivíamos en un país sometido a dura dieta castrense. El mundo de las “amiguitas” era una especie de Arcadia feliz en el que estaba ausente cualquier tipo de coerción insufrible, entre otras cosas porque el cometido de tales señoras no iba más allá de tenernos estabulados en un estrecho recinto que, por lo general, no sobrepasaba el salón-comedor de su casa, y ocupados en actividades que iban desde el dolce far niente a las labores del pinta y colorea que hoy se han hecho tan populares en niveles educativos teóricamente superiores. Huelga decir que la asistencia a tales espacios estaba regida por una dulce anarquía que permitía las más prolongadas ausencias. Ya se comprenderá, pues, que creyese vivir en el mejor de los mundos, y que mi madre se encontrase ayuna de cualquier informe, expediente o boletín de notas que pudiese darle noticia de mis supuestas capacidades.

            Y en esto llegaron los curas, con toda su parafernalia de educación cristiana, solvente y rigorista. Verdad era que no podía exhibir mucho pedigrí pedagógico, del tipo del ejercido por los jesuitas, pero no era menos cierto que la orden salesiana parecía haber obtenido excelentes resultados en el adoctrinamiento y control de los hijos de la pequeña burguesía y los estratos superiores de la clase obrera. Eso sí, sus métodos eran un tanto brutales y su instrucción carente de la menor sutileza, pero no es probable que tales reparos fuesen advertidos por el escaso refinamiento de unas clase rectoras amamantadas a los pechos del contrabando y la mala vida. Mi madre, en cualquier caso, no se metía en muchos distingos a la hora de considerar la llegada de la grey salesiana al pueblo, siendo como era una mujer de convicciones religiosas bastante vaporosas y elementales.

            Lo cierto fue que una buena mañana me tomó de la mano y sin hacerme pregunta alguna nos encaminamos hacia el colegio, en el que tenía cita concertada con el Padre Consejero que, por lo que luego supe, era el nombre que ostentaba el Jefe de Estudios del establecimiento. Tras atravesar los arenales donde se encontraba situado el edificio y franquear la cancela recién pintada de negro por la que se accedía al recinto, fuimos a dar a un patio de recreo por donde correteaba un grupo de criaturas de corta edad. El cura que nos esperaba, alertado de nuestra presencia, se acercó hacia nosotros realizando aspavientos muy cómicos como si nos conociera de toda la vida. Y mi madre, haciendo ostentación de esa cortedad de ánimo de las personas de condición humilde, sólo se atrevió a susurrar:

-           Aquí lo tiene usted, Padre. Hagan de él una persona decente
-           Bien, Bien, buen mozo –articuló el abate con campechanía impostada-. Me imagino que ya te habrán informado de cómo nos las gastamos en esta casa: palo y zanahoria. Palo para los díscolos y zanahoria para los obedientes. Ya va siendo hora de que abandones los malos hábitos que seguramente has adquirido.

Como tras un embarazoso silencio mi madre considerase que había llegado el momento de la despedida, con la misma mansedumbre le hizo saber al de la sotana
-           Bueno, padre, si no ordena usted otra cosa…
-           Vete con Dios, hija mía, que queda en buenas manos. Y tú –dirigiéndose a mi- acompáñame que te voy a presentar a tus compañeros.

Acto seguido me puso la mano en el cuello y con un leve empujoncito que hubiera sido temerario ignorar, me condujo hacia los soportales a los que daban las aulas. Entretanto observé que los chiquillos que momentos antes correteaban por el patio habían formado ante las clases y, con el brazo alzado, entonaban una canción que sólo más tarde supe se trataba de un himno. A continuación nos encaminamos hacia la entrada del aula y sólo en ese momento tuve la certeza de que mi vida iba a experimentar un cambio decisivo. Esto me produjo una intensa congoja pero no me impidió deshacerme  del cura por un momento, volver la vista atrás y despedirme con la mano de mi madre que, a punto de rebasar la verja, se había parado para verme entrar en el nuevo mundo al que me había destinado.
 Escrito por Jose Raya Téllez

1 comentario:

  1. Pepe, como siempre no dejas de asombrarme con tus recuerdos y anécdotas y te pido que por favor sigas escribiendo.

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